No hay cosa más bonita que mirar a los ojos de una persona y prometerle amor “hasta que la muerte nos separe”. Pero lo cierto es que no siempre los cuentos tienen un final feliz. A veces, se deja de ser felices y comer perdices… es más, lo que empiezas a comerte son marrones.
De eso quiero hablaros hoy. De cómo, en ocasiones, confundimos términos y pensamos que tener el “corazón partío” pueda tener la más mínima relevancia frente a terceros. Como si a los demás le importara nuestra vida sentimental. Cada palo que aguante su vela.
Lo veo muchas veces cuando un cliente me dice que se va a divorciar. Es muy común que te comenten que han llegado a un acuerdo para repartirse los bienes, y que la vivienda se la va a quedar la otra parte. Y el cliente tan contento, porque piensa que de esta manera se quita la hipoteca de encima.
Y a ti te toca explicarle que al banco le trae sin cuidado si tu idílico romance se ha ido al traste y los posibles acuerdos a los que hayas podido llegar. Que la entidad bancaria no entiende de barcos, y que, salvo que el banco dé su visto bueno (y ya te digo que, como buenos pescadores, para ello van a sacar partido del río revuelto ), por mucho que te hayas quedado sin casita, tú vas a seguir debiéndole dinero al banco.
Vamos, que te quedas compuesto, sin novia, sin casa pero con hipoteca. Toma castaña.
Porque para ti, que se acabe la relación es un “mundo” que lo cambia todo. Pero no te confundas, que para los terceros, todo sigue igual, y no se van a conmover porque estés sufriendo un mal de amores. Sí, con una mano te darán una palmadita en la espalda, pero con la otra te seguirán reclamando el parné.
Por eso hay que tener mucho cuidado con lo que se firma basándote en una relación de pareja, que las historias de amor no siempre duran eternamente y luego vienen los lloros.
Recuerdo un cliente que se puso de avalista en un contrato de arrendamiento firmado por su (en ese momento) pareja. Posteriormente se dieron cuenta que no estaban hechos el uno para el otro y cada uno por su cuenta. A otra cosa mariposa. Hasta que su expareja dejó de pagar el alquiler y el propietario le reclamó al avalista.
Él me decía que ya no tenía nada que ver con su pareja, que cómo iba a tener que pagar un duro. Y a mi me tocaba explicarle que sus sentimientos rotos no servían de excusa frente al arrendador. Que mientras estuviera su firma en el contrato, le tocaba aflojar la mosca.
Porque las leyes no entienden de amores. Así que ya sabes, cuida mucho a tu pareja y cuidadín con lo que firmas.
Pablo Romero, abogado especialista en derecho civil.
Pablo Romero
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