Curioso, inquieto y dispuesto a hacer preguntas que otros no se atrevían a formular. Siempre fui un chico muy tímido. De esos a los que le costaba la misma vida levantar la mirada, pero que, una vez pillaba confianza, no callaba ni debajo del agua. Algo que a mi padre ponía bastante nervioso, «¡es que no calla!», decía.
Crecí pensando que ser expresivo y sensible era algo de lo que avergonzarme. Sin embargo, con los años descubrí que esas cualidades son mis mayores virtudes como abogado.
Ser una persona sensible me permite conectarme con los demás, ponerme en su piel y, sobre todo, escuchar de verdad.
No soy el típico abogado frío y distante. Mi enfoque es cercano y empático, porque creo que la confianza y la sencillez son claves en esta profesión y que la abogacía debe ser humana. Así que aquí estoy, el niño que no callaba ni debajo del agua, haciendo lo que mejor se me da: ayudar a los demás.