Confianza. Cuando decidí montar mi página web, aposté por esa palabra. Y no fue algo casual. No era de cara a la galería. Detrás de esa elección hay un gran significado, y hoy me gustaría hablar, a través de una anécdota laboral, todo lo que para mí implica.
Pero ya adelanto que escribir estas palabras no va a ser nada fácil. Porque os voy a hablar de algo que le ha tocado vivir a una clienta a la que aprecio muchísimo. De una luchadora nata a la que, la vida, se empeña en ponerle trabas. Y por eso me duele más, al ver que las circunstancias me han impedido evitarle pasar un mal trago.
Le pedí permiso para publicar esta entrada. Con la esperanza de que, haciendo pública la reflexión, lo ocurrido no vuelva a pasarle a nadie más. Que mis lectores, tengan conmigo la confianza suficiente para evitar este tipo de situaciones.
Mi abogado de confianza.
Cuando alguien acude a mi despacho, suelo comentarles que me gustaría ser como ese amigo o familiar médico que tenemos todos en la agenda del móvil. Esa persona que, en cuanto nos duele el dedo gordo del pie derecho, nos falta tiempo para escribirles y consultarle. Ese profesional, al que, con toda la confianza del mundo, a las primeras de cambio, echamos mano.
Seguro que tu también tienes localizado a ese médico en tu teléfono ¿verdad? Pues yo quiero ser ese abogado de confianza, al que, ante cualquier duda (jurídica, de médicos mejor no me llaméis), os acordéis de mi.
Por la sencilla razón de que si la gente me llamará antes de echar esa firma a la que, (pese a que te huele un poco a quemado) no quieres darle importancia, se solucionarían la mitad de los problemas. De hecho, suelo bromear con que, si el personal actuara de esta manera, quizás los abogados nos quedábamos sin trabajo.
Pero claro, para eso necesitas tener a esa persona a mano. A ese abogado que te transmita la confianza necesaria. Y eso es lo que yo quiero transmitir
Y os cuento todo esto por lo que le ha sucedido a una persona muy muy cercana a mi clienta. Un error que es mucho más común de lo que imagináis. Una piedra en la que, el que más y el que menos tropieza, por no tomarse la molestia de hacer una simple llamada que hubiera evitado todo.
El familiar de mi clienta, en su día, movido por una situación muy complicada, tuvo que pedir dinero prestado, y no precisamente a un banco… Digamos que recurrió a las personas menos indicadas. Y pese a que, a posteriori, de palabra, llegaron a un acuerdo y el prestamista le dijo que ya podía dar por saldada la deuda, lo cierto es que muchos años después esta persona comenzó a reclamarle al familiar de mi clienta el dinero.
Y este familiar, pese a que estaba cancelada la deuda por el acuerdo al que llegaron, como no lo podía demostrar, movido por la presión (y por qué no decirlo, el miedo) le firmó al prestamista un reconocimiento de deuda. Es decir, dio por bueno que debía dinero, cuando en realidad, la deuda no solo estaba cancelada sino también prescrita. Y aquí estaba el quid de la cuestión. Porque las deudas no son indefinidas, y si dejas pasar 5 años sin reclamarla, la deuda desaparece, como si nunca hubiera existido
Así que esta persona, si me hubiera hecho una simple llamada, habría averiguado que no debía nada. 5 minutos de conservación y le hubiera explicado que no tenía que pagar un duro. Pero al firmar el reconocimiento de deuda ya no había vuelta de hoja, ya estaba todo hecho.
Si alguna vez te surge la más mínima duda sobre algo que te han propuesto, no te precipites. Llámame con toda la confianza del mundo. No lo dudes. A lo mejor, con solo un ratito de conversación, te evito desagradables sorpresas.
Pablo Romero. Abogado en Granada
Le dedico esta entrada a mi cliente, por toda esa fortaleza que demuestra ante las dificultades de la vida.
Pablo Romero
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