Esta semana quedé con unos clientes en el Juzgado de Familia. Una pareja que había llegado a un acuerdo para divorciarse.
Y mientras esperábamos nuestro turno pudimos presenciar como una mujer discutía por teléfono con su todavía marido. Ella le espetaba que no iba a firmar ningún convenio que estableciera que los progenitores se comunicarían por teléfono. Que o lo hacían por mail o no había trato. Punto pelota.
Mis clientes me miraron ojipláticos, sorprendidos de ver como el personal, por cualquier detalle, se tiraba los trastos a la cabeza. En ese momento me salió muy de dentro darles la enhorabuena. Felicitarles por haber sido capaces de entenderse en medio de una situación tan difícil como es una ruptura sentimental.
Porque los divorcios se pueden llevar de dos maneras. Por un lado tenemos la modalidad de mutuo acuerdo o “vamos a llevarnos bien sin que la sangre llegue al rio”. Y luego está la contenciosa, en la que no hay pacto que valga, por desgracia la más común. Se nos rompió el amor de tanto usarlo, que decía la copla. Y una vez roto, para algunas personas, todo se traduce en un “morir matando”.
Ojo, que hay que ponerse en la piel de cada uno. A saber lo que esa mujer (la que le gritaba a su marido) podría haber pasado para llegar a ese punto. Que la paciencia tiene un límite y la más pequeña gota colma el vaso.
También soy consciente de que dos no se entienden si uno no quiere. Que tengo clientes que, por mucho talante y buena fe que gastan de su parte, les resulta imposible evitar las hostilidades por la falta de sentido común que les obsequian de contrario.
El problema es el precio a pagar por no llegar a un acuerdo. Un desgaste emocional abismal. Un camino tortuoso en el que no hay vencedores, solo vencidos, siendo los grandes derrotados los más inocentes de toda esta película: los hijos.
Por eso les dí la enhorabuena, por eso puse en valor su capacidad de entendimiento. Porque, aunque seguro no fue fácil para ninguno de ellos, en realidad, todos salieron ganando.
Pablo Romero. Abogado en Granada de derecho de familia.
Pablo Romero
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