Como padres desarrollamos un instinto de protección frente a nuestros hijos. Porque los vemos indefensos. Y porque a nuestra edad creemos saberlo todo, que ya nada nos va a sorprender.
Y curiosamente mientras nos obcecamos en educarlos, en enseñarles cosas, son ellos los que nos van abriendo los ojos. Los que nos desnudan ante nuestros miedos y nos muestran nuestras debilidades. Son ellos los que, constantemente, nos dan lecciones que nos permiten conocernos a nosotros mismos.
El otro día observando a mis hijos pensaba en lo jóvenes que son, en que tienen toda la vida por delante. “El futuro es vuestro” les dije. Y de pronto, removiendo todos mis cimientos, me abordó la siguiente pregunta: “si el futuro es de nuestros hijos, entonces, ¿de quién es el presente?” Y la respuesta duele. Duele porque la conoces. Está ahí, luchando por salir pero no quieres afrontarla.
Y es que de pequeños éramos felices, solo se trataba de prepararse para ser adulto. Todo era formación sin apenas asumir responsabilidades. “Yo de mayor quiero ser….” El problema es que nos hemos aferrado a esa frase. La seguimos repitiendo sin darnos cuenta de que hemos ido cumpliendo años, imaginando lo que seremos el día de mañana sin aceptar que ya tenemos canas.
Pero cumples los 40 y esa situación se hace insoportable. Has dejado que la realidad te domine y doblegue a su gusto. Eres un pelele de las circunstancias, de una rutina que te ha elegido a ti, no tu a ella. Y no puedes postergarlo más: si el futuro es de nuestros hijos el presente es nuestro. Es mío. Es hora de decidir mi vida. De tomar las riendas de mi realidad.
De hecho pienso que la crisis de los 40 no responde tanto a la necesidad de sentirse joven, como a la urgencia de dar un cambio radical dejando atrás los cantos de sirena de nuestra infancia para hacernos mayores. Adultos. Para asumir que ya hemos llegado a esa etapa de nuestra vida en dónde nos prometimos cumplir nuestros sueños.
Porque, ¿qué diría nuestro “yo pequeño” si nos viera ahora? ¿Qué pasaría si hablara con nosotros?….Toca cumplir con la promesa que nos hicimos. Adoptar decisiones. Ser valientes y responsables. Ser protagonistas de nuestras vidas.
Será en el momento en el que tomemos la iniciativa cuando podamos enseñar de verdad a nuestros hijos. Con el ejemplo. Solo en ese momento dirán que de mayores querrán ser como sus padres. Solo en ese momento podremos trabajar una realidad que permita dejar un futuro mejor a nuestros hijos.
Solo en ese momento nos reconciliaremos con aquel joven cargado de sueños que un día fuimos.
Pablo Romero
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