El inicio de la abogacía: la importancia de creer en ti. Juan Antonio, gracias por siempre.
Antes de atarme la manta a la cabeza e independizarme, estuve trabajando en un despacho de abogados. De hecho fue el lugar en el que comencé mi andadura como letrado. Un gran y prestigioso despacho de Granada que me dio la oportunidad de aprender.
Porque, aunque yo venía de 8 años de oposiciones y tuviera una fuerte base teórica, la práctica es otro mundo. Siempre necesitas a alguien que te guíe en esos primeros pasos. En esas que me vi trabajando para mis antiguos jefes, bajo su paraguas y protección, mientras iba sentando las bases de mi formación.
Así que vas creciendo como abogado, adquieres experiencia. Y si bien es cierto que nada más empezar estás muy verde para trabajar por tu cuenta, tras el paso del tiempo, llega un punto en que la fruta está suficientemente madura.
Sin embargo, esta profesión es inabarcable. Es decir, cuanto más aprendes, más consciente eres de la vasta extensión jurídica que queda por explorar. Como cuando tocas un instrumento musical, que ya puedes manejarte con un violín como Ara Malikian, que tendrás la sensación de que aún resta mucho por aprender.
Y como puedes imaginar, este tipo de situaciones genera cierta inseguridad. Sensación esta que, cuando estás empezando, se convierte en asesina. Una traba, que, cuando no eres consciente de la relevancia de creer en ti, adquiere dimensiones incalculables que te imposibilitan avanzar.
Así que, en el despacho en el que me encontraba, pasaban los años y aunque mi trabajo respondía a las expectativas, lo cierto es que (en un círculo vicioso de excusas) yo solo me sentía confiado bajo la protección de mis jefes, siendo mis propios miedos los que cortaban las alas para volar.
Y un buen día ocurrió algo que, tiempo más tarde, me daría cuenta de que había cambiado mi vida. La noche de un jueves recibí una llamada de Juan Antonio, una persona con la que, como abogado, trabajaba muchísimo. Una persona que tenía (y tendrá) todo mi cariño y admiración.
«Pablo, me han pillado con un par de copas al volante, mañana tengo el juicio y necesito un abogado. Quiero que seas tú. ¿Me podrías ayudar?»
Y esa llamada, aun sin saberlo, me transformó. Fue un punto de inflexión. Porque este señor, por su profesión, se conocía a gran parte de los abogados de Granada… y confió precisamente en mi. Y con esa confianza alimentó un ingrediente básico que mi pavor a hacerme dueño de mi destino tenía enterrado: la importancia de creer en ti.
Es curioso como simples gestos o detalles que te rodean, aparentemente insignificantes, para ti suponen un cambio sustancial. Seguro que sabes a lo que me refiero.
Aquel día germinó en mi una fuerza que, tiempo después, me llevó a tomar la difícil decisión de independizarme. Porque fue ese primer empujón que necesitaba para validarme como abogado ante el conjunto de inseguridades que me acechaban.
Estoy seguro de que, en aquel momento, Juan Antonio no era consciente la transcendencia de su llamada. Mi intención era compartirlo con él en un futuro próximo, desnudarle mis sentimientos y agradecérselo a través del libro que estoy escribiendo.
Pero la vida es aquello que pasa mientras hace planes, planes que se van desplomando por la crudeza de la realidad. Recientemente me enteré de que había fallecido, negándome la posibilidad de decirle en persona lo que aquella llamada supuso para mí.
Ya es demasiado tarde, pero hoy escribo estas palabras. Por si, allí dónde estés, alegrando la vida a la gente que te rodea, lo pudieras leer.
Gracias por siempre Juan Antonio.
Pablo Romero, abogado en Granada.
Fuentes: foto de entrada, foto de pie.
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