Duros a cuatro pesetas.
Habrás visto mil veces esos anuncios de aparatos para ponerte en forma o adelgazar sin sudar. Especie de fajas milagrosas que estimulan eléctricamente tus músculos mientras estás sentado tranquilamente en el sofá.
Sabemos de sobra que hay gato encerrado, que, en realidad, hay que mover el culo si quieres bajar de peso.
Pero es tan tentador eso de obtener resultados sin esfuerzo que, al final, presionas el mute de tu sentido común y te dejas engañar.
Pues recientemente ha llegado a mis manos un caso de una posible estafa de mucho (muchísimo) dinero. Inversiones bursátiles (de nuevo) milagrosas unidas a documentos falsificados que hacían creer la existencia de auténticos beneficios… y como resultado un buen número de personas perdiendo todos sus ahorros.
Y no seré yo el que los critique. Porque la imagen del dinero fácil nos obnubila, como cuando en el anuncio de la faja eléctrica nos ponen a hombres y mujeres esculturales con una tableta digna de Nestlé. ¿O no tienes arrumbado en el armario algún «cacharro» que en el fondo sabías que no ibas a utilizar?
Las promesas de rentabilizar nuestro dinero supera las defensas de nuestra capacidad crítica, sitiando la más elemental de las lógicas, abandonándonos a sueños utópicos que pronto se transformaran en una triste pesadilla.
Es curioso como, cuando lo vemos en terceras personas, nos parece evidente. Pero no nos engañemos, todos (yo el primero) tenemos esa debilidad (quizás vaya en la condición humana) y cuando te toca a ti, hay que estar muy alerta para no dejarse llevar.
Y ahí está el quid de la cuestión, en ocasiones, ni siquiera se puede decir que te han engañado. A veces, aunque cueste reconocerlo, eres tú el que te has dejado engañar. Por eso, en los Tribunales, para condenar por un delito de estafa, se exige que haya habido un «engaño bastante», no hipnóticos cantos de sirena de alta mar.
Piénsalo, ante una buena campaña de marketing enfocada a lo que más deseas, siempre hay un momento que se nos nubla el raciocinio, obligándonos de manera inmediata, para evitar gastos absurdos, a resetear.
Ya lo decía mi abuelo, verbalizando la sabiduría popular: nadie da duros a cuatro pesetas.
Pablo Romero, abogado en Granada especialista en derecho penal.
En relación con el engaño bastante y al delito de estafa, transcribo una entrada que publiqué en el 2019, dónde ya hablaba de como nos dejamos embaucar.
España, país de estafadores.
Reconozcámoslo, el “homo ibericus” es pillo por naturaleza. Somos la viva imagen del Lazarillo de Tormes. Aquí el que no corre vuela. Pues hoy te voy a contar una de esas curiosidades jurídicas que suelen llamar la atención al personal. Sobre todo si te has pasado de listo, porque en ese caso te vas a tirar de los pelos.
Como podrás suponer el delito de estafa está recogido en el Código Penal. Es decir, que si te han estafado estás perfectamente legitimado para presentar tu denuncia. Pero cuidadín, que no todo el monte es orégano. Porque, legalmente hablando, para que haya estafa se exige un “engaño bastante”.
¿Y eso qué es lo que es?
Te lo explico con un ejemplo: el famoso timo de la estampita. Una estafa como una catedral, pero que en realidad se aprovecha de la codicia del estafado, que aún sabiendo que el asunto huele mal, se deja embaucar, porque piensa que se va a llevar un dinerito por la patilla. Pues toma castaña
O te venden un viaje a las islas Fiji por tan solo 200 €, avión y estancia incluida, todos los gastos pagados. Tú sabes que eso no cuadra, pero de nuevo te dejas embaucar (es el timo de la estampita 2.0), porque te interesa, porque te ciegas imaginándote tumbado en una hamaca tomándote un daikiri por na´ de precio.
En estos casos no hay engaño bastante. Porque es evidente que a poco que lo pienses sabes que hay gato encerrado. Es decir, en realidad no te están estafando, eres tú (alma cántaro) el que te dejas estafar. Y en consecuencia no hay delito que valga.
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