Gracias FAMILIA.
Carta a mi FAMILIA.
Cuenta la leyenda que, en un pequeño pueblo, hubo una plaga de serpientes De repente, estos reptiles aparecieron en todas partes: en los campos de cultivo, en las casas, en las calles. La población entró en pánico, sin saber cómo enfrentar esta invasión.
El gobierno, alarmado por la situación, tomó medidas drásticas. Decidieron ofrecer una recompensa generosa a cualquier persona que trajera serpientes al ayuntamiento. La idea era simple: cuantas más serpientes se recogieran, menos habría en las calles. La noticia de la recompensa se propagó rápidamente por el pueblo, y la gente comenzó a cazar serpientes en masa.
Sin embargo, la situación pronto se volvió aún más extraña. En lugar de ver una disminución en el número de los reptiles, parecía que su población estaba aumentando. Las calles estaban más llenas de serpientes que antes, y la gente se preguntaba qué estaba pasando.
Sencillamente, el gobierno no había calibrado los potenciales efectos secundarios de su decisión. Al ofrecer una recompensa, lo único que consiguió es que muchos lugareños, en lugar de cazar serpientes salvajes, comenzaran a criarlas en criaderos. Esto llevó a un aumento exponencial en la cría de serpientes en el pueblo.
Gracias FAMILIA.
Esta historia que te cuento es perfecta para dibujar una idea básica: la del efecto mariposa. Cualquier cosa que hagamos, por muy insignificante que a priori pudiera ser (como el simple aleteo de una mariposa) tendrá consecuencias en todo lo que le rodea. Y a veces, las consecuencias, para nuestra sorpresa (como con los criaderos de serpientes) no tienen nada que ver con lo que habíamos previsto.
A través de esta carta, quiero dar las gracias a mi mujer y mis hijos. Porque hace ya unos cuantos meses decidí iniciar un curso intensivo que me ha tenido secuestrado tanto los viernes por la tarde como los sábados por la mañana. Sin clemencia.
Y, ahora que está pronto a su finalización, me doy cuenta de todo el tiempo que les he hurtado. La de despertares, vivencias y sonrisas de mis peques de la que me he privado por dedicarme en cuerpo y alma al curso. En una época (su infancia) que sencillamente nunca volverá.
Y la carga de trabajo que mi mujer ha asumido con indulgente comprensión. Sin una queja, sin una palabra de reproche. Los viernes, cuando el cuerpo implora un respiro, yo desaparecía para hacer acto de presencia, agotado y sin fuerzas, el sábado al medio día. Y, al llegar, siempre me saludaba con su mirada de apoyo.
Por eso, de nuevo, con la sinceridad de mis sentimientos a flor de piel, de quien está a punto de terminar su año laboral, quiero agradecer su paciencia. Pero también quiero decirles una cosa, aunque el precio (personal) ha sido alto, el esfuerzo ha merecido la pena.
Y no, no me refiero únicamente al curso como tal. Que, por si quedaba alguna duda, es una maravilla (si estás pensando en apuntarte, ya estás tardando). Me refiero a esos criaderos de serpientes que, una vez tomada la decisión de embarcarme en este viaje, han aparecido de manera inesperada.
Por un lado, me he dado cuenta de la importancia de «afilar el hacha». De aprender y crecer. Grabarme a fuego que lo importante no son los logros, sino la capacidad de alimentar nuestro crecimiento. Lo que mide la valía de las personas son sus ganas e ilusión por seguir avanzando. Su honestidad para reconocerse incompletos, para confesar su desconocimiento. Y su consecuente esfuerzo por aprender y convertirse día a día en mejores abogados, en mejores personas.
Pero, por encima de todo, el mejor regalo que me llevo es formar parte de un grupo humano maravilloso. Lo sé, apenas nos conocemos, yo ni siquiera os he visto en persona, pero el grupo de whatsapp de derecho de familia (y las llamadas que de manera natural se han ido produciendo) ha generado un vínculo especial. La alegría de una misma pasión. La complicidad de quien realiza el mismo sacrificio. La belleza de los diferentes acentos. La generosidad en las respuestas inmediatas a cada duda. Celebrar los logros de los demás como si fueran los tuyos. Compartir anécdotas personales, peques, mascotas, bodas, embarazos, aficiones, incluso consejos mucho más personales como si nos conociéramos de toda la vida. La vitalidad y energía de Mati, la obstinación y rotundidad de Carmen, la dulzura y sonrisa de María. Y mis compis, mi (grupo de Derecho de) FAMILIA.
Y a vosotros/as, como os decía al principio, va dirigida esta carta. Me encanta regalar palabras. Es mi manera de daros las gracias. Por todo lo que me habéis aportado y por lo que aún está por llegar.
Por mi parte, aquí tenéis un amigo sincero. Desde Granada, con una sonrisa, a vuestra entera disposición.
Gracias FAMILIA.
Curso de la Universidad Complutense de Madrid en colaboración con la AEAFA.
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